

Por otro lado, el poder terapéutico del limón es muy extenso y ha sido reconocido desde hace mucho tiempo; por ejemplo en el siglo XVII este solo era considerado digestivo y purificador de la sangre. Sin embargo, alcanzó mayor fama cuando en el siglo XVIII, ayudó a combatir las enfermedades del escorbuto y prevenir y tratar los resfriados. A partir de ahí se han comprobado sus reales efectos sobre las afecciones de las vías respiratorias, pulmonías, gripe, bronquitis, pleuresías, infecciones de la garganta, afonía y amigdalitis. En términos cardiovasculares, el limón ejerce una acción favorable en casos de arteriosclerosis e hipertensión arterial, debido a que los ácidos cítricos ayudan a oxidar y eliminar las grasas que obstaculizan el trabajo del corazón y son un gran disolvente de las sustancias tóxicas del plasma sanguíneo. Una de sus propiedades más significativas es que se constituye como el mayor de los antisépticos de toda la familia de los cítricos. Es capaz de desinfectar la piel y destruir las bacterias nocivas para la salud.
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